De acuerdo a los registros históricos el
volcán Cotopaxi ha tenido ocho erupciones. Las dos primeras de que se tiene
noticia por boca de los conquistadores españoles fueron el 15 de noviembre de
1532 y la otra al año siguiente, en 1533. “Espantosos y continuados bramidos,
pirámides de humo denso que se elevaban sobre las nubes, lenguas de fuego y
peñascos encendidos”, describe el P. Juan de Velasco en su Historia del Reino
de Quito.
La tercera erupción fue el 6 de julio de 1742, con “avenida de aguas que
robaron muchas haciendas, ganados, molinos y algunas casas del Barrio Caliente
de Latacunga. Las cenizas, arena y menuda piedra ocuparon muchos centenares de
leguas”
La cuarta fue en abril de 1743. “Dejóse ver
todo interiormente encendido, no de otra suerte que un farol transpirando por
millares de grietas y aberturas, el océano de sus interiores llamas”.
La quinta mucho mayor que todas las
precedentes fue a las 7 y media de la noche del 30 de noviembre de 1744. “La
portentosa e increíble inundación de agua que arrojó continuamente toda la
noche creyeron a los principios que fuese de toda la nieve deshecha con haberse
caldeado el monte, porque se dejó ver al otro día todo el monte limpio de
ella”.
La sexta el 10 de febrero de
1746. “La inundación que corrió por la parte de Latacunga causando los mismos
estragos que la vez pasada, no sólo subió como entonces hasta la plaza mayor,
sino que se robó todo el Barrio Caliente”.
La séptima, igual o mayor que las pasadas,
fue el 10 de febrero por la tarde en 1766. “Causó la inundación menos estragos,
porque no halló ya sino ruinas en el lugar y desiertos en sus antiguas campiñas
y heredades”.
La octava y última erupción
de que hay noticia fue el 4 de abril de 1768. Fue la más horrenda de todas. Llegaron
las cenizas hasta Popayán, Colombia y hasta el mar cerca de Guayaquil. El
terremoto se sitió muy fuerte en Quito y la oscuridad obligó a encender las
luces de las casas y calles a las 9 de la mañana. “Salieron los soldados con
faroles para guardar la ciudad, que la iban desamparando y apenas podían andar
y sorprendidos aún los caballos no querían dar paso. Los bramidos sin
interrupción y las centellas que arrojaba el volcán, se vieron desde la
distancia”.
Fuente:
Historia del Reino de Quito. P. Juan de Velasco.
César Pinos Espinoza
Periodista
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